Incertidumbre
Me confiné el 11 de marzo pensando que volveríamos después de Semana Santa. Desde entonces, apenas he salido. Decidí anular las vacaciones y quedarme en casa. Salgo a dar un paseo, de vez en cuando, con mascarilla y cuando me cruzo con alguien (que no suele pasar), me cruzo de acera. Incluso me he forzado, en estos últimos 15 días, a cenar o comer en algún restaurante cercano.
Las noticias, los primeros meses, me producían tristeza, algo de angustia y preocupación pero, sobre todo, tristeza. Todas esas familias sin poder realizar los duelos, esos consuelos telefónicos de amigos y familiares, y todos esos sanitarios jugándosela todos los días, vendidos a una enfermedad de la que nadie tiene información. Que si la carga vírica, las enfermedades previas, mascarillas sí, mascarillas no… ni idea. Nadie tenía ni idea. Ni aquellos que, supuestamente, deberían tenerla.
Los aplausos a las 20:00 nos servían algunos como símbolo de apoyo, de empatía, de solidaridad. A otros, visto lo visto, de entretenimiento.
Mi trabajo me posibilitó estar en contacto con muchas familias con diferentes situaciones profesionales y personales. Mi empatía enfermiza hizo que aquello fuera de calando en mí y el nivel de ansiedad comenzó a subir como la espuma. Queremos ser súper héroes. Incluso tuve que soportar los gritos de una madre desesperada al teléfono con un sólo reproche: “Tú eres la profesional y estás reconociendo que no estás preparada para esta situación ”. ¿Estabas tú preparada? ¿Alguien estaba preparado para esto? ¿Alguien cree que en la carrera de magisterio, nos preparan a enseñar así?
Aun así, también sentí el apoyo del resto de familias e intenté corresponder con el mío.
No se mostraron, ni se muestran, las imágenes importantes. Esas que el cerebro hubiera asumido como “instinto de supervivencia”. Imágenes e historias que algunos decidieron no mostrar ni contar y fueron sustituidas por números. Suma y sigue. Números que no significan nada. Solo números. Un día vi una imagen del Palacio de Hielo. Alguien decidió hacerla desaparecer, como muchas otras. Creo que fue un error.
Se cerró casi toda actividad comercial y cuando comenzó la desescalada, la situación económica ya era insostenible.
Las calles solitarias de Madrid nos recuerdan que hay mucha gente de vacaciones. Pero es una de las Comunidades Autónomas con más casos.
Cierres, locales con distancias, mascarillas obligatorias, límites horarios… Pero el transporte público a tope (en agosto), gente sin mascarilla o manifestaciones anticonspiratorias… Y, de repente, se plantean el cierre de prostíbulos. "Ah, ¿pero estaban abiertos?". No soy especialista en economía ni en salud… pero ¿podríamos empezar por contratar rastreadores en Madrid (trabajo que hacen los médicos de familia con horas extras) o trazar un plan para el coladero de Barajas?
Las preocupaciones actuales son muchas. Y, al final, se demuestra que el porcentaje de egoístas es más elevado del que me resisto a aceptar.
Viene septiembre cargado de incertidumbre.
Todos los que están de vacaciones, volverán. Tendrán que ir a trabajar. No ampliamos la red de transporte público, pero la crisis económica, requiere que no se respete la distancia de seguridad.
Todos aquellos niños que no se pueden quedar solos en casa, tendrán que ir al colegio porque si no, esto no se sostiene. Pero hay que mantener la distancia de seguridad durante el periodo de adaptación. Esos niños que lloran porque llevan en casa desde marzo… pero la crisis económica requiere que los niños vuelvan al colegio.
Los profesores tendremos que hacernos cargo de esto y sin que nos digan cómo. Estaremos expuestos, al igual que los niños… pero la crisis económica lo requiere.
Los médicos de familia, vendidos, desesperados, abandonados. Algunos centros de salud, cerrando. El personal sanitario cansado, estresado, traumatizado, en tratamiento psicológico… pero con la crisis económica, no se puede contratar más personal. Es mejor cerrar el centro de salud.
Ese será el plan. Vamos a confinarnos otra vez para asegurar la vuelta a las aulas. Por encima de la salud, la economía.
Pues bien, mientras tú estás sin mascarilla de botellón con tus amigos, mientras sigues de acá para allá sin responsabilidad ciudadana y social, y mientras los responsables del país han decidido irse a la playa de vacaciones y dedicarse reproches políticos, sin planes, con comisiones de “expertos”, etc, los hay que hemos decidido quedarnos en casa.
Y dando gracias por estar “bien”, por no estar en coma, hospitalizado, o sin síntomas y, de repente, que un trombo te lleve por delante.
Aquí estamos. Por miedo, incertidumbre, por cuidar de los nuestros… Con terapias, lorazepam, alprazolam, bromazepam, diazepam… viéndolas venir.
Estoy deseando empezar a trabajar con normalidad lo antes posible. ¿Podremos?